jueves, 28 de abril de 2011

El campanario



La luz del sol se refleja en multitud de colores, dando esa sensación de alegría y libertad, la frescura del día invita a pasear. Los sonidos de la mañana se dejan escuchar poco a poco, como si despertaran de un largo sueño, y la brisa suave hace mover las hojas de los árboles, produciendo ese sonido suave y encantador que pareciera hipnotizarlo. Se mueve lentamente, como queriendo no hacer sonido alguno, para captarlo todo y no ser él captado. Los pasos que se acercan rápidamente llaman por un momento su atención, para luego ver la figura de un niño que pasa de él, dejando una ráfaga de viento cálido a su paso.

Toda su atención se concentra en ella, la observa detenidamente, la ve como meticulosamente se alimenta, en forma decidida y segura, se mueve con precisión, mientras se acerca buscando su alimento, es hermosa, sus colores parecieran más profundos a la luz del sol, dejando escapar un pequeño sonido constantemente. Luego la ve alzar su vuelo y alejarse buscando otra flor.

La calle parece vaciá, tal como a él le gusta, llega hasta una butaca en el parque y come lentamente su pan, tiene suerte de tener pan para el día, observa la iglesia, el campanario. Ese campanario ha estado ahí por siglos, o así lo piensa él, pareciera que siempre hubiera estado ahí. Tiene hermosos recuerdos en esa iglesia, prácticamente toda su vida ha girado en derredor de esa iglesia. Los ladridos de un perro que corre detrás de un grupo de palomas se escuchan por toda la plaza, el sitio se llena de polvo, mientras las palomas alzan el vuelo en forma desordenada.

A lo lejos ve la figura de la anciana que como siempre a esta hora viene a sentarse a la misma butaca durante muchos años. Viene murmurando sus oraciones, como siempre. Ella lo mira y sonríe por un momento, pareciera apresurar el paso. Se detiene por momentos, para tomar aire, y prosigue su camino lentamente, hasta quedar a solo unos pasos.
-Hola amigo, que bueno verte.
Yo solo la miro atentamente. Ha sido mi amiga por años, y ya no me atemoriza como antes.
-Te traigo comida, toma come y dale gracias a Dios por ella, dice la anciana casi sin abrir la boca.
Recibo la comida, y no dejo de dar gracias a Dios, a ese Dios que me ha creado, que me da el alimento a diario. Miro una vez más a la anciana y alzo el vuelo rápidamente, volando con presteza a mi sitio preferido, el campanario.

Henry Padilla Londoño

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