martes, 8 de febrero de 2011

Mi cuerpo por una moneda

MiCuerpoporunamoneda


Mi cuerpo por una moneda, dijo la niña mirando al hombre que pasaba,
Mientras ella lo miraba ansiosa, esperando una respuesta.
El hombre la miro con desprecio, siguió su camino, sin decir palabra.
El frio de la noche la hacía temblar, no tendría más de quince años,
Pero en sus ojos se veía el mundo de mil años.
¿Para qué vivo? Se preguntó, mejor me fuera morir.
Mientras se agachaba y lloraba su triste condición.

El sonido de algo que pasaba en la esquina, la hizo alzar su mirada,
Una mujer armaba lo que parecía ser una mesa, trabajaba incansable.
La vio mientras puso unos termos en la mesa provisional, y unos panes,
Y también un libro, puso con delicadeza y empezó a cantar.

A los que están en prisiones de oscuridad, a ellos vengo, decía la canción,
A todos los presos, vengo a promulgar libertad,
De uno que los ama, y los amo por siempre, el que murió,
El que también resucito, a todo el que quiera, venga y coma, vida y libertad.

La niña la miraba sin parpadear,
algo de lo que esa mujer decía quemaba su interior,
Y como una sonámbula empezó a caminar, hacia la mujer que cantaba,
¡Si fuera cierto lo que decía! ¡si fuera verdad!

Y la niña empezó a cantar, suavemente pero con nítida voz:
Yo vendo mi cuerpo por una moneda, yo llevo el mundo a mis espaldas.
¿Ese que tú dices que murió, ese que dices que resucito,
También murió por mí, que me vendo en cada esquina, cada día?

Y la mujer la miro y sonrió ampliamente, y lloro de la emoción:
Es por ti mi linda niña, por ti que el vino y dio su vida,
Para sacarte del dolor, para darte tu redención.
Es por ti hermosa flor, que él me ha mandado, a decirte que te quiere.
Que tú eres preciosa, hermosa perla de la creación.

Y la gente que los veía, veían a tres que estaban alegres,
Dos mujeres y un Señor, y de ellas hizo el Señor, una para profeta,
Y la otra.. la otra anda predicando el evangelio,
a toda la que dice que no tiene salvación.

Y desde ese día son como dos muy buenas amigas,
Como mamá e hija, como hermanas inseparables.
Unidas por los lazos de Cristo, lazos de amor.
Como tú que lees esto, porque tú también amas al Señor.

Henry Padilla Londoño

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