sábado, 5 de marzo de 2011

El Viaje de la Luz

elviajedelaluz

El sonido del mar y la brisa en mi rostro me hacen soñar,
Cierro mis ojos mientras mi pensamiento se va, vuela, entre la brisa,
Entre el cielo y el mar, y me muevo sigiloso entre las nubes lejanas,
Esperando que aparezca, en silencio, expectante.

De repente veo su reflejo golpeado el aire frío,
Y en un instante todo se llena de su presencia, la luz todo lo llena,
Y me subo en un rayo de luz y cabalgo por el espacio,
Dejando mi rastro de colores, casi blanco.

Salí de la tierra, solo alcance a verla por unos momentos,
Mientras rápidamente avanzábamos por el espacio frío y oscuro.
Era hermosa, la casa que Dios me dio, y volví mi rostro alcanzando a ver a Marte,
Más pequeña, como triste y seca, como si muriera de a poco.

Y entramos en un túnel de luz, todo parecía ir más rápido,
Como si nosotros fuéramos los lentos, todo blanco y sin forma,
Quise saber adónde me llevaba el rayo, que cruzaba el universo,
Lo que veía era hermoso, pero no había nadie, solo luz y oscuridad.

Y entonces como si el rayo supiera, salimos a un sitio muy oscuro, sin una luz a la vista,
Y lentamente se dio vuelta, girando por completo, al fondo se veía un pequeño punto de luz,
Y empezó a avanzar velozmente, en pos del punto de luz, que cada vez era más grande.
Mis ojos no podían dejar de ver esa luz, que poco a poco tomaba formas y colores.

Y ante mis ojos una ciudad fue tomando forma, hermosa como ninguna,
Radiante, toda ella de luz, de diferentes colores, y mientras nos acercábamos,
Empecé a ver sombras de personas que se movían, parecían volar entre la ciudad.
Y dos seres radiantes salieron a nuestro encuentro, y el rayo de luz se detuvo.

No puedes entrar, me dijeron, pero la puedes mirar, desde afuera, por ahora.
Yo sabía que era la ciudad de Dios, la ciudad del Señor, que él ha prometido,
Era hermosa en verdad, en forma de cuadro, con 12 puertas.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver la hermosa ciudad de Dios.

Todo el que lave sus ropas en la sangre del cordero y guarde su testimonio,
Un día podrá entrar en la ciudad y habitar en ella.
Ve y recuérdales a todos, que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía,
Y que ellos están olvidando lo más importante, por seguir lo que ven sus ojos.

Y entonces y contra mi voluntad, el rayo se dio vuelta rápidamente y nos empezamos a devolver,
Yo pensaba en lo que había visto, quería grabar esa imagen en mi corazón,
Para no estar siguiendo los afanes de esta vida, y olvidar lo más importante.
Empecé a orar con todas mis fuerzas, que no fuera yo a olvidar la gracia de mi Señor.

Oraba, que el Señor me llevara a trabajar por lo que permanece para siempre,
Y no por lo que de un día a otro desaparece. Y mientras oraba,
El viento, la brisa me golpeaba el rostro, y cuando abrí mis ojos,
La luz del sol me cegó por un momento, y alce mis manos en alabanza.

Te alabo oh Dios, porque eres bueno, porque has enviado a Cristo a morir por nosotros,
Te alabo Dios del cielo y la tierra, por sacar la oscuridad de mi corazón, y traer la vida,
Por poner tu naturaleza en mí, y darme a beber del agua de la vida.
Gracias Padre, por haberme hecho tu hijo, y un día, me recogerás a ti,
Y me llevaras a la santa ciudad, y allí habitaré contigo para siempre.

Henry Padilla Londoño
Libros del Reino de Dios

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