sábado, 18 de junio de 2011

Mi último recuerdo

Los invito a leer esta corta historia, este pensamiento.
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Su mirada tranquila, profunda, observa la luz que se refleja en los charcos que se formaron de la lluvia de la noche, toma colores, formas caprichosas, entra por sus ojos y se abre espacio en su alma, entre miles de recuerdos.
-¡Como la quise! La ame más que a mi vida.
Henry está sentado en la banca del parque, se sienta casi al borde, dando la impresión que ha cualquier momento se va caer de la silla. El frió de la mañana, deja ver el vaho de su respiración, que se acumula en formas casi invisibles, despareciendo casi al momento. Da la impresión de un anciano muy cansado, casi sin fuerzas, algunas personas al pasar lo miran por un momento casi con lastima y dulzura, y prosiguen su camino, dejando una sonrisa de amabilidad y quizás de compasión.
No es un día como todos, él lo sabe, pero ya no lo dice a nadie, hace mucho tiempo que dejo de decirles lo que el sabía que sucedería, las burlas se han callado, las preguntas indiscretas, queriendo saber si está bien de salud mental, se han acabado. Ahora está tranquilo, pero no por eso ha dejado de oír, ver y sentir lo que él siempre ha sentido.
-Me haces mucha falta, mi amor, me siento muy solo, pero ya hoy estaré contigo.
-Que hermoso es todo, que hermosa es la vida. Hubiera querido saber lo que ahora se cuándo aún era joven, pero la vida se esconde entre las líneas del tiempo, se disfraza, algunas veces de dolor, otras de amor, otras se esconde en la soledad, y pocos son los que la hayan y la descubren. Pero te doy gracias Señor del cielo, que me dejaste tomar la mano de la felicidad, andar por los caminos iluminados de la verdad y descubrir el amor. Yo te amé Señor, y a ella, mi linda Jenny, cuanto la ame, la escondiste en un hermoso paraje de este país, y jugaste conmigo para dármela a conocer, y al final nos uniste, el amor nos unió.
-Su pelo era como hermosos destellos de amor, que se mezclan con la sonrisa de la alegría, pinte un mundo nuevo a su lado, descubrí colores que no he pintado. A su lado hable en palabras desconocidas, ella, la mujer que ame y aun amo. Me parece escuchar su dulce voz, la escucho entre los peldaños eternos de la vida, me habla entre el silencio oscuro del firmamento, me envuelvo en sus palabras, las cuales puedo ver, como hermosos rayos de luz, que me llevan a parajes conocidos, parajes que hemos visitado mil y una vez, y me levantan aun a lo desconocido, sujetándome suavemente de la mano, mientras pasamos por lugares tenebrosos, pero me siento seguro, seguro a su lado.
-Cuando me miraba era como ver la aurora, como la sonrisa de un ángel, me embriagaba en su mirada, me llenaba de sentimientos, algunos secretos, otros llenos de pasión. Su mirada… era como lazos de amor, como cuerdas irrompibles, invisibles, que pueden sujetar el alma, que emborrachan el espíritu, y lo llevan a una entrega total e incondicional.
-El amor… que hermoso viaje, por el que me llevaste, nadé entre sus aguas, me dejé ahogar en ellas, queriendo morir en su abrazo, y me llevo a sitios donde creía que moriría de dolor, sitios donde no era hermoso lo que veía, pero entonces me miraba y decía: El amor, todo lo abarca, todo lo perdona, todo lo cree. Y me llevo por sitios de sangre, de muerte, de grito y dolor. El amor, me mostró la cruz, y la sangre que corría por ella, el cuerpo muerto de mi Señor, llanto, soledad. Entonces me miraba y decía: El amor es entregarse por el ser amado, es perdonarla aun antes de que ella lo sepa, el amor lloro y sufrió en la cruz, por amor, por amor lo hizo. Y violentamente me tomo y me llevo a un sito hermoso, lleno de luz, de vida, ahí lo vi a mi Señor, que sonreía, mientras veía venir a miles a hacia él. Entonces me miro y me dijo: El amor es Dios, Cristo que resucito, Dios te amo y te amara por siempre.
 
Mientras Henry recordaba, y miraba a su interior, una golondrina vino al charco a tomar agua, y se bañaba con toda confianza. Al mirarla Henry sonrió.
-La vida tiene formas, formas de hablarnos, al que quiere escuchar le habla en el canto de un pájaro, en el roció de la mañana, en el recuerdo del alma. Pero si no la escuchas, y crees que puedes evitarla, te hablara en el dolor, o en la necesidad, o quizás en la enfermedad. Recuerdo que me hablaste Señor, hablabas claro a mi corazón, así como ahora, has sido mi buen amigo, mi mejor amigo. Y ahora estas aquí conmigo, viejo amigo, tú has sido bueno.
Y mientras hablaba, Henry se levantó, dejando su cuerpo atrás, y sonrió a su Señor que lo miraba, y cayo de rodillas ante su Dios. Él lo toco y lo tomo de la mano, y juntos se fueron por el camino del cielo.

Henry Padilla Londoño

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