jueves, 3 de junio de 2010

El muchacho, el ladrón

La voz a media noche
Una lágrima fue testigo, de la soledad y el dolor,
Mientras ella miraba con ternura el cuerpo rígido de su hija,
En medio del basural, de desperdicios y mal olor,
Tomo fuerzas, ella, y dijo:
Quizás fue mejor, mi pequeña, que te fueras,
Aquí ya el dolor te rodeaba,
Tu carita, mi princesa, solo sonrió, cuando me miro,
y en tus dos añitos solo yo vi tu dolor.

El muchacho corría sin control,
Cójanlo, cójanlo, ladrón, ladrón,
Quizás de esta no escape, pensó,
Pero el hambre me obligo,
Prefiero robar que morirme de hambre.

Él estaba sentado, frente a su computador,
Leyendo una poesía, una oración,
Y la palabra llegó a él, llego a ella:
¿A quién enviaré? ¿Quién ira?
Porque mis hijos mueren sin cesar,
Mueren en tinieblas, en dolor en aflicción.

Yo iré, dijeron aquí, yo iré dijeron allá,
Y se empezó a levantar un gran ejército,
Poderosos guerreros de La Verdad,
Que iban a anunciar La Verdad.

No con poder, ni con fuerza, sino con mi Espíritu,
Dijo el Señor, a todo aquel que quiera ir,
Tendrá que ir con mi Espíritu,
Porque a ella y a él, no los podréis ayudar,
Sino estás sellado con mi Espíritu, el Espíritu de Verdad.

Díganles que ya Jesús, pago por todos,
Que él llevó la enfermedad,
Que el pecado llevó en la cruz,
Que la vida el saco a luz,
En la resurrección.

Díganles, a todo el que quiera,
Que la fuente de agua de vida está fluyendo,
Que todos pueden tomar,
Que la puerta aun está abierta.

Y la vi a ella alzando sus manos a Dios,
De su miseria el Señor la había sacado,
Y entre hermanos hábito,
Y la vi escuchando a un pastor,
Era el muchacho, el ladrón,
Que hablaba con denuedo,
La Palabra de Salvación.

Amen.

Henry Padilla Londoño.

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