Escuche un susurro, una voz un suspiro,
Suavemente a mi oído dijo: vuela, y mira,
Y volé y mire, y tú estabas sentada en tierra,
Tus manos cubrían tu cabeza y llorabas por tu hijo,
Pero vi dentro de ti, una luz preciosa, pequeña pero hermosa,
Que empezó a inundar todo tu ser,
Y se extendió a tu alrededor, cuan potente esplendor,
Y exploto, esa luz exploto, y lo lleno todo.
Y te vi otra vez, parada y radiante,
Mirabas al cielo, alababas a Dios,
Y decías a voz en cuello:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Que ha devuelto el deseo de mi corazón.
Y tu hijo estaba a tú lado, te miraba y lloraba,
Lloraba de amor, amor por ti, amor por el Señor,
Y te vi,
Corrías, corrías en medio del pueblo,
Llevando las noticias de un Salvador,
Gritándole a todos:
Venid, y escuchemos del Redentor,
Venid, oíd al que sano a mi hijo,
Al que rompió las cadenas de la muerte.
Y tu gozo era inefable, grande y espontáneo,
Y volé entre las nubes, al cielo mire de lejos,
Y vi al Rey sonriendo, de pie,
Se alegraba con tu acción.
Henry Padilla Londoño
Es un muy hermoso lo que dicen estos versos, demás esta decirle mi comentario puesto que que como yó habrá miles que pensaran lo mismo, felicidades y que Dios mantenga viva la llama del amor en sus corazones.
ResponderBorrarRosa
Gracias Rosa por tu comentario, tú comentario me es valioso, el Señor bendiga tu vida y todo lo que hagas.
ResponderBorrar